Pajaritana
jueves, 26 de julio de 2012
G
De gracias. Si.
Gracias. Esa es la palabra que quiero poner en este blog. Agradecer a todos
ustedes por leer mi blog.
Últimamente no he
podido seguir escribiendo porque me he dedicado a hacer cuadros abstractos.
Este trabajo me entretiene bastante. Además tenía que prepararlos para las
exposiciones.
En diciembre del
2011 expuse en el Hospital Germans Trias i Pujol (Can Ruti) Badalona y en
mayo del 2012 en la Biblioteca Sant Adrià, en Sant Adrià de Besòs.
Desde aquí quiero
agradecer a todas aquellas personas que colaboraron en montar mis
exposiciones, sobre todo a mi madre, sin su ayuda no hubiera podido
realizarlos.
También agradecer
a la gente por sus comentarios, que me anima a seguir trabajando.
Gracias
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domingo, 20 de noviembre de 2011
miércoles, 22 de junio de 2011
12. Recuerdos del pasado
Así fue y así es mi vida.
Cada mañana me despierto con ganas de
hacer cosas, aunque algunas veces no estoy tan animada. Siempre fui muy
activa a pesar de mi enfermedad.
Cuando no podía hacer una cosa
buscaba otra, y de alguna forma lo conseguía.
Gracias a la ayuda de mis padres y mi
hermano, sobre todo de mi madre, con paciencia y mucho amor hemos logrado
seguir adelante.
Desde aquí quiero dar las gracias a
mi madre por ayudarme a recordar ciertos detalles para este libro y por estar
conmigo las veinticuatro horas del día, tanto en casa como en el hospital.
En el fondo no me puedo quejar, tuve
una infancia más o menos feliz. Los veranos iba con mi familia a un pueblo de
Galicia, a la casa de campo dónde viven mis abuelos maternos.
Disfruté cuidando animales con mis
abuelos: vacas, ovejas, conejos…
Jugaba con el gato. Cuando mi abuela
veía un ratoncito - de verdad- llamaba al gato y éste, después de atraparlo
se ponía a jugar con el ratón, me recordaba a los dibujos animados Tom y Jerry, me divertía muchísimo
viéndoles.
Mi hermano y yo criábamos pollitos,
jugábamos con las gallinas, las hipnotizábamos. Un día mientras hipnotizaba a
una gallina mi padre la asustó y me la fastidió, me enfadé muchísimo con él.
Tuve que volver a empezar, pero primero tenía que atrapar a la gallina, que
no era fácil.
También tuvimos un perro, que según
decían no era de raza, pero era muy bueno y no hacía daño a nadie, y eso que algunas
noches se escapaba pero siempre regresaba solo. A mí me ponía sus patas
encima de mis piernas para que le acariciara la cabeza. Los demás tenían que
coger un palo para que estuviera quieto, tenía mucha fuerza y jugando los
podían tirar. Además, le gustaba jugar con el gato y éste se escondía debajo
del coche. Hubo una época en que mi abuela trajo una gatita. Ella me contó
que el perro empezó a jugar con la gatita y terminaron durmiendo juntos.
Un día se soltó y se fue donde
estaban los pollitos y se puso a jugar con ellos, no mató ninguno, sólo
sufrieron pequeños arañazos por el susto que se llevaron. Mi abuela fue quien
lo encontró, pensó que se los había comido. Al parecer, cogió celos de
nosotros porque veía que estábamos mas con los pollitos que con él. Después
le preguntamos “¿qué has hecho?” agachaba la cabeza y se escondía dentro de su
caseta. Sabía que había hecho una cosa mala.
Si el perro me veía marcharme con mis
padres y mi hermano en coche se ponía triste y ladraba, pensaba que no
volveríamos, si me quedaba estaba tranquilo. Siempre que regresábamos se
ponía muy contento.
A la gente del pueblo, que pasaban
por delante de la casa, les costaba creer lo que hacía el perro conmigo. Y
eso que me veía solo un mes cada verano, ellos pasaban por delante de la casa
todo los días, si intentaban entrar para hablar con mis abuelos no le
dejaban.
¡Cuántos recuerdos! ¡Y las patatas!
¡Qué patatas! Mis abuelos las plantaban y nosotros les ayudábamos a
recogerlas, muchas eran más grandes que la palma de la mano; además estaban
buenísimas.
También recogíamos huevos después de
oír a las gallinas cantar.
Aprendimos mucho.
Os aconsejo que vayáis a una granja,
sobre todo los niños si nunca habéis estado.
La peor etapa de mi vida fue después
de la adolescencia, cuando tus amigos dejan de ser amigos. Van a la
universidad o trabajan, se enamoran, se casan…
Ahí es cuando te das cuenta de que
cada día que pasa te sientes más sola.
Sólo tienes dos opciones: salir y
conocer gente nueva o quedarte encerrada en casa. Yo opté por la primera.
Mis padres me llevaron a muchos
sitios.
Empecé a conocer locutores de una
emisora de radio. Fui a las fiestas de los barrios. A conciertos. Conocí a
los cantantes. Hice nuevas amistades.
Durante estos años conocí a muchísima
gente. Mi madre y yo somos de carácter abierto. No nos importa explicar a las
personas cuando nos preguntan qué me ha pasado.
Cada vez que salíamos es como si
recargáramos las pilas de nuestras mentes.
El recibir cariño y ánimos me da
fuerza para seguir luchando.
La gente me pregunta cómo consigo
conocer a tantos cantantes. Yo le contesto que voy a las emisoras de radio, a
las firmas de disco. Mi madre y yo hablamos con un vigilante, le decimos que
si me dejan pasar para que me firme el CD y también tengo una cosa para
regalarle y que quería entregarle personalmente. El vigilante se lo comunica
a uno de la casa discográfica.
Con el paso del tiempo los de la casa
discográfica ya me conocen y cuando me ven me dejan pasar.
Algunos cantantes son más agradables
que otros.
A Sergio Dalma lo conocí después de
un concierto hace ya varios años. Ya dije en este libro que siempre que nos
vemos me trata con mucho cariño.
Conocí a Gisela de O.T. en junio del
2002 en una firma de disco, le regalé las pajaritas de papel en miniatura.
Volví a verla en septiembre del 2003 en una emisora de radio. Cuando la
saludamos mi madre le dijo que yo le regalé hace un año unas pajaritas de
papel en la firma de disco.
-¡Ah, si! lo llevo en el bolso. -dijo
Gisela.
Me alegré mucho saber que lo lleva.
En la emisora tuve más tiempo de
estar con ella, se portó muy cariñosa conmigo. Es una persona muy simpática.
También conocí en otras firmas de
disco a Manu Tenorio y Nuria Fergó, y en una emisora de radio a Rosa.
Hubo un año en que me pasaron muchas
cosas, casi de todo, buenas y no tan buenas. Fue en 1999. Fue el año en que
me pusieron la ventilación mecánica a domicilio, conocí personalmente al
señor Jordi Pujol, fui al concierto acústico de Sergio Dalma, fue la fiesta
sorpresa de mi cumpleaños… Lo que menos me esperaba fue la pérdida de un
amigo. Un amigo que me admiraba y siempre tenía un detalle conmigo. Cada vez
que nos veíamos hablábamos de muchas cosas. Recuerdo que de lo que más
hablábamos era de pintura, qué dibujo estaba haciendo y le enseñaba los
últimos que había hecho, y de nuestros cumpleaños, él los cumplía el día 2 de
junio y yo los cumplo el día 1 del mismo mes.
Tenía 30 años, un accidente en la
playa acabó con su vida; después de superar una enfermedad grave cuando era
pequeño.
Era la primera vez que me sentía muy
triste por una persona querida, pero la vida sigue y lo superé sin ningún
problema.
Gracias Javi por tu amistad y cariño,
estés donde estés siempre te recordaré.
A pesar de que me han pasado muchas
cosas, no pierdo mi sentido del humor. Ese es una de mis armas de superación.
Cuando lo paso mal, como por ejemplo, cuando a veces me da un ataque de tos
pienso: “ya se me pasará”. Hay que tomar las cosas con tranquilidad, de nada
sirve ponerse nervioso.
Hasta aquí he llegado con mis
historias. Espero que a ustedes les haya gustado este libro y les sirva de
ejemplo.
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viernes, 20 de mayo de 2011
11. Los problemas de la ventilación mecánica
Desde que tengo la ventilación
mecánica a domicilio, cada mes viene un técnico a revisar el respirador,
cambia los filtros y comprobar la batería.
Un día me trajo un tubo, el que va de
la máquina a la mascarilla, que era de otro modelo y no me iba bien, me
faltaba un poquito de aire. Era muy poca cosa, pero yo lo notaba.
También me ocurre con las máquinas.
Antes de finalizar el año 1999 me cambiaron de máquina, pasó un tiempo y no
me encontraba cómoda, se lo comenté al técnico y éste miró si el tubo tenía
un escape, algún defecto en la máquina, comprobó con el balón de prueba de un
litro, y nada. Todo estaba bien. Al poco tiempo la batería no funcionaba
bien, me la volvieron a cambiar, la probé y me encontré mucho mejor.
El técnico comprobó con el balón de
prueba y vio que de una máquina a otra, del mismo modelo, hay una pequeñísima
variación, aunque los parámetros son idénticos.
Ahora me pasa con el tamaño del tubo.
Cuando estuve ingresada para cambiar
la sonda de la gastrostomía, en la cama tenía que utilizar el largo (mide
1,50 m.) porque el corto (1,20 m.) no llegaba; estando en casa al no tener
repuesto mi madre puso el corto. Después de llevar unas horas me encontraba
cansada y no me encontraba bien, desperté a mi madre (era de noche), se lo
comenté y me dijo que a lo mejor era el tubo, volvió a ponerme el largo y
poco a poco me fui encontrando mejor.
A la mañana siguiente mi madre habló a
través del teléfono con Garbiñe (la enfermera que viene a casa), se lo contó
y ésta dijo que al cambiar los parámetros el tubo corto no me va bien.
Anteriormente dije en este libro que
tuve neumotórax, por eso me cambiaron los parámetros.
De todas maneras no tengo ninguna
queja del técnico ni de la casa, me traen el material cuando lo necesito
puntualmente. Esto son cosas que pasan.
A medida que va pasando el tiempo,
voy descubriendo varios trucos, por ejemplo: el globo que está dentro de la
tráquea está lleno de suero, de vez en cuando pierde un poco. Cuando ocurre
esto, hace ruido en la tráquea como si roncara, entonces hay que vaciar el
globo con una jeringuilla y volver a llenar añadiendo lo que falta. Mientras
se hace esta operación el aire que entra a los pulmones sale por la boca y
nariz, entra tos y se pasa un ratito mal. A mí se me ocurrió utilizar la
lengua de tapón, saco un poco la lengua hacia fuera con la boca cerrada y
hago fuerza hacia atrás y hacia arriba, de esa forma el aire no escapa por la
boca y nariz, y además evito pasar un mal rato.
Cuando viene la enfermera Garbiñe,
comprueba con el espirómetro puesto en la salida del aire del tubo por si hay
fuga (un aparato que sirve para medir la presión de la salida del aire sea
igual que la entrada); a continuación me vació el globo para comprobar cuanto
tenía de suero. Se olvidó de quitar el espirómetro. Garbiñe se extrañó que el
espirómetro no cambiara. Me preguntó si hacía algo, mi madre le contó el
truco de la lengua. Garbiñe me dijo: “es un buen truco. Si algún día se rompe
el globo puedes aguantar sin pasarlo mal hasta que te cambien la cánula”
“siempre nos sorprendes”.
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viernes, 29 de abril de 2011
F
De felicidad. Mi
pregunta es: ¿se puede ser feliz toda la vida?
No he conocido a
nadie que lo haya sido. Tampoco he sido feliz toda la vida. Pero sí tuve
felicidad efímera varias veces a lo largo de mi vida.
Lo que más
recuerdo es cuando fui feliz por mi sueño cumplido. Ver al cantante Sergio
Dalma en un escenario pequeño y muy cerquita de mí. Un concierto acústico.
Además estuve un rato hablando con él después del concierto.
Cuando llegué a
mi casa todo volvía a la normalidad. Pero lo que he vivido ese día no me lo
quita nadie.
También me sentía
feliz cuando estaba con el humorista Jordi LP, me hacía reír mucho en sus
actuaciones, imitando y cantando. Por cierto ¡qué bien canta!
La verdad, donde
me sentía más feliz, entre otras cosas, era estar cerca de un escenario para
ver a los cantantes y actores como el Tricicle.
Quizás os
preguntáis por qué me gustaba estar cerca de un escenario. Muy simple, ya
dije que tocaba el piano y dando conciertos de este instrumento con los demás
alumnos en una sala de teatro para familiares. También he tocado en una
fiesta de mi barrio. Por eso, me
sentía identificada.
Como veis, la
felicidad efímera si existe. Pero toda la vida, no creo.
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viernes, 25 de marzo de 2011
10. Coincidencia rara
Lo que voy a contar ahora parece
increíble.
Resulta que me tocaba cambiar la
sonda de la gastrostomía, llevaba ya seis meses y tenía mal aspecto. Además,
tenía un granuloma traqueal (carne falsa) que me quemaron con nitrato de
plata. No me lo quemaron del todo por miedo a que me afectara la mucosa.
Pensaron utilizar bisturí, así que, decidieron ingresarme para después de
Semana Santa y hacer las dos cosas.
El día del ingreso, a las nueve de la
mañana de repente me entró dolor en el costado del pulmón derecho, además
hacía ruido, como si crujiera. Llamé a mi madre y lo escuchó. Decidimos
esperar un poco a ver si se me pasaba. Si aumentaba el dolor o aparecía
fiebre llamaría a la ambulancia para ir a urgencias. Al rato me quedé
dormida, el dolor disminuyó un poco. Esperé a la tarde, hora del ingreso.
Ya en el hospital las enfermeras se
alegraron de verme.
Cuando terminaron de colocar todas
las cosas entré en la habitación. Conocí a mi compañera de habitación. Una
señora mayor de ¡85 años! Al principio no me gustaba compartir la habitación
con ella, pero después de conocerla y también a su familia no me importaba,
al contrario, me sentía acompañada. Hablamos y me contaron el motivo de
su ingreso: le costaba comer y beber, y había perdido muchos kilos.
Decidieron hacerle una gastrostomía. La anciana tenía miedo y estaba
nerviosa. Pero al ver que yo la llevo, mi madre y yo la tranquilizamos y le
dijimos que eso no era complicado, y que no sentiría ningún dolor. Cuando
regresó del quirófano, a mí me mandó un beso con la mano y a mi madre le
pidió que le diera otro beso por haberle dado ánimo. Ahora, seguimos en
contacto; su nieta Maite y yo nos comunicamos a través de los mensajes del
teléfono móvil. Le pregunto cómo está, le explico cómo estoy yo y le mando saludos.
Por la noche me volvió el dolor, vino
el médico de guardia y me escuchó con el fonendoscopio, no oyó nada extraño,
los parámetros del respirador estaban bien. Me dijo que podía ser un dolor
muscular. Me dijo que si no había ninguna novedad esperara a mañana. Me
dieron paracetamol. A la mañana siguiente me vieron los médicos de siempre
(doctor Antón y la doctora Güell). Mi madre les contó lo que me había pasado,
me preguntaron si me dolía al tocar el costado y respondí que no, me
escucharon con el fonendoscopio, nada. Comprobaron el respirador y estaba
bien. También me dijeron que podía ser dolor muscular. Yo no estaba de
acuerdo, el dolor que sentía era extraño.
Decidieron hacerme una radiografía
del tórax para salir de dudas.
Por la tarde, antes de marchar la
doctora Güell pasó a verme y me preguntó cómo estaba, le contesté que el
dolor había disminuido un poco. Me contó que el doctor Antón había tenido que
ir al dentista, tenía dolor de muelas. Llegó la noche, una doctora llamó a mi
madre que estaba conmigo le preguntó si los médicos dijeron algo, ella
contestó que no.
Le dijo que la radiografía no salió
muy clara, parecía que había un principio de pleuresía. Decidieron repetir la
radiografía. Por la mañana, la puerta de la habitación estaba abierta, pasó
el médico de guardia (el mismo que me atendió cuando tuve taquicardia) dijo a
mi madre:
-¿Sabes lo que tiene Ana?
-No. -Contestó mi madre.
Sonriendo dijo:
-¡Un escape! ¡Y ya van dos aciertos!
La próxima vez haremos lo que ella dice.
El primero fue la taquicardia y
ahora, neumotórax.
Cuando se enteraron los médicos se
quedaron sorprendidos.
Que me pase eso por la mañana y por
la tarde ya tenga cama solicitada desde hace quince días es una casualidad
tremenda.
-Has tenido mucha suerte. –me decían.
Me explicaron con todo los detalles
qué es lo que me había pasado.
El doctor Penagos (el mismo que me
hizo la traqueotomía) me recomendó reposo y un antiinflamatorio. Casi todos
los días me hacían radiografías del tórax para ir controlando, por si hacía
falta otro tratamiento. Pero como fue disminuyendo no hizo falta nada más.
Y eso no es todo, me pasó otra cosa
más. Después de estar una semana ingresada, me cambiaron la sonda de la
gastrostomía el martes a las nueve de la mañana.
¡Vaya forma de cambiar!
Para sacarla hay que dar un tirón.
Pero antes se desinfla el globo (que está dentro y sirve para que la sonda no
se salga).
Cuando ya estaba preparado, el doctor
Sainz me decía:
-A la una, dos y tres y tiro. ¡Una,
dos y tres! ¡Ya está!
Me dolió un poquito al sacar y al
poner la otra sonda. Pensé que después del tirón me dejaría dolorida, no fue
así, no tuve ninguna molestia.
Cuatro horas después, de repente
sentí como si cayera algo desde el techo (estaba acostada) justo donde tenía
la sonda. “Es imposible, aquí no hay nada que se caiga. ¿Tendrá algo que ver
con el globo?” pensé. Se lo dije a mi madre, me lo miró y no vio nada raro. A
la hora me volvió a mirar y comprobó que la sonda se estaba saliendo.
Llamamos a la enfermera y se lo contamos, lo miró y dijo:
-Puede que se haya roto el globo.
Al rato pasó el doctor Antón, cuando
se enteró se quedó sorprendido.
-¡No puede ser! –dijo.
Me la sujetaron con esparadrapo
mientras no venía el doctor Sainz.
Ahora, mi madre y yo ya sabemos que
hacer si pasara en casa. Sujetarlo con esparadrapo e ir al hospital. Se lo
dijimos al doctor Antón y éste dijo:
-Vosotras siempre miráis el lado positivo.
Cuando vino el doctor Sainz, en plan
broma comentó:
-¿Qué has hecho? De todas las sondas
que hay sólo habrá una que tenga un defecto y tenía que tocarte a ti. Y eso
que miré que no estuviera caducada, que no tuviera ningún poro... Ahora, ésta
si que no la pago. Lo siento Ana, te la tengo que volver a cambiar.
Yo, contaba que no volverían a
cambiármela hasta dentro de seis meses, y mira por donde en un solo día me la
cambiaron dos veces. Menos mal que esta vez no me dolió.
-Toquemos madera, que no vuelva a
pasar –dijo doctor Sainz.
Tocó madera y me dio besos.
El doctor Sainz es muy gracioso y
guapo. Varias enfermeras me decían:
-Es guapo el doctor Sainz.
De lo de la sonda se enteraron todas
las enfermeras, los médicos… Lo tomamos a cachondeo.
Me decían:
-¿Tú no quieres irte del hospital?
Además me tenían preparada el alta,
pero al pasarme esto último me quedé hasta el día siguiente.
Mientras me recuperaba, desde la
habitación con la puerta abierta, veía al doctor Antón andar de un lado a
otro, aquello me recordó a una pelota de tenis (el despacho está a un lado y
el mostrador de recepción al otro lado).
Se lo conté a mi madre y ésta se lo
dijo a una enfermera, ella nos dijo que también parece Dios, porque está en
todas partes.
-Hace cinco minutos estaba con un
paciente y ahora está en otra sala. Siempre que lo buscamos no sabemos donde
localizarlo. –decía la enfermera.
El doctor Antón anda muy rápido y a
veces es difícil pillarlo. Pero es una persona muy agradable, es cariñoso y
atento. Habla mucho con los pacientes, trata de convencerlos de que acepten
ponerse la ventilación mecánica cuando lo necesitan.
Tanto él como la doctora Güell me
tratan con mucho cariño.
Estoy contenta de todos los médicos y
enfermeras que tengo y he tenido.
Ya en casa, por un lado me sentía
contenta pero por el otro lado… A medida que fueron pasando los días me
acordaba mucho de los médicos, de las enfermeras… Todos los días recibía
cariño. A pesar de todo me lo pasé bien, no me aburría. En cambio, en casa
cuando no hago nada me aburro un poco, entonces me pongo a escuchar música,
leer, jugar al solitario (cartas) con el ordenador, hacer collares y pulseras
con bolitas de colores...
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